Ni periodistas resentidos, ni políticos frustrados. Sin agenda y con los temas clavados en la frente. Un poco de aire vicioso, dedos afilados y conspiraciones absurdas que nunca ven la luz. Ninguna cereteza, pocas palabras y mucha deformación del lenguaje... Más vale tarde que nunca, Un millón de moscas hace su lanzamiento mundial en tierras sudacas sin ningún sentido especial y con una cuota de ira particular...

ACEFALÍA Y OLVIDO




Antofagasta de la Sierra, plena puna catamarqueña. La comunidad coya del lugar, ninguneada por la historia, sale del letargo y empieza a desfilar.

En el restaurante del nuevo y bonito Hotel Municipal se reúnen las principales figuras de la comunidad. La oradora, una apurada y empática abogada perteneciente a una ONG porteña, les enseña fugazmente algunos derechos civiles a tener en cuenta a la hora de luchar contra la instalación de una mina de litio en las inmediaciones el pueblo. Pero, se sabe, las clases de instrucción cívica poco sirven contra el pragmatismo, la corrupción y el poder para-político que controla el destino de los lugareños.

Compartiendo empanadas con Gabriel, un trabajador municipal, la charla deriva en temas sensibles. Antofagasta de la Sierra es un lugar de ensueño, “turísticamente sustentable”, como le dicen ahora a la explotación de las bellezas naturales. Volcanes, lagos y uno de los escoriales de lava más grandes del país, que se pierde en los horizontes pedregosos. En pleno verano, no pasaban de 20 los turistas que habían llegado hasta ahí. Falta inversión, faltan caminos, falta capacitación. En fin, falta, y mucho.

Gabriel se queja de la desidia de los gobernantes. Que no hacen nada por su pueblo, que regalan las tierras, que dejan hacer por cualquier limosna. Y vino la pregunta inevitable: por qué no van a la casa del intendente y le reclaman. La respuesta sorprende, y mucho: “No vamos a protestar a la casa del intendente porque queda lejos. Vive en San Fernando del Valle de Catamarca, a 560 kilómetros de acá. Ahora, cuando viene, ahí sí que le hacemos oír los reclamos”. Sí, como lo leyeron. El intendente de Antofagasta de la Sierra, Carlos Fabián, no vive en Antofagasta de la Sierra. Dicen que una vez casi lo linchan, y que después tuvo que volver con custodia. Pero vuelve poco, muy de vez en cuando y para alguna celebración local. El resto del año se lo pasa en su chalet de San Fernando.

Postal de la política argentina. Imagen elocuente del olvido al que tenemos sometido a los pueblos originarios.

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